Como todo buen autónomo o empresario que pretenda subsistir en la jungla de los negocios en la que se ha convertido este mundo, durante las vacaciones he dedicado algo de tiempo a investigar sobre nuevas tendencias y modelos de gestión para aplicar en mi “nano empresa”.
Yo soy uno de esos locos que trata de pensar a lo grande y actuar en pequeño, por lo que me dejo asaltar por la insondable multitud de textos que inundan la red y en los que los gurús regalan consejos y trucos para hacer de nuestro proyecto un caso de éxito. Después de un breve pero intenso veraneo, la conclusión que he sacado no tiene mucho que ver con el servicio que ofrezco a mis clientes, pero sí con un aspecto fundamental y casi olvidado en nuestra profesión, la ética publicitaria.
Y es que cualquiera que dedique tiempo a leer prensa o blogs digitales habrá comprobado la imposibilidad de disfrutar de un rato de placida lectura. No importa el tipo de contenido que tratemos de leer, la publicidad hace imposible que nos centremos en entender y disfrutar lo que con tanto esfuerzo alguien ha elaborado para nosotros. Más que atender al texto, leer contenidos digitales es más un ejercicio minucioso y delicada para no “tocar” en el lugar erróneo de la pantalla que nos haga saltar desde la página que leíamos a la del contenido patrocinado. ¡Maldito dedo traidor!
En mi opinión el problema tiene su origen en dos cuestiones muy diferentes:
1. Por un lado un gran número de profesionales mas que tratar de hacer un buen trabajo lo que pretenden es no perderlo, y básicamente se limitan a basar sus decisiones en números que le sirvan de justificación. Es lógico, al fin y al cabo se nos llena la boca hablando de marketing y nos olvidamos que marketing es mucho más que publicidad. Hay que apostar por políticas de precio, de sistemas de producción, de logística, y sobre todo apostar por la creatividad publicitaria, etc, pero en realidad lo que habitualmente se hace es opinar sobre la propuesta que las agencias ponen sobre la mesa. De eso sí que entendemos todos, y solemos ser tan osados que cualquiera se atreve a decidir cual es el eslogan más apropiado… para que nadie pierda su empleo. La creatividad es arriesgada y puede fracasar, pero si no tratásemos de mejorar y buscar soluciones distintas a las del resto, nunca hubiésemos disfrutado de campañas como la de “La otra carta” de IKEA. (Ver https://www.youtube.com/watch?v=5egLxg_7mg0)
2. Por otro lado, su mayor aliado es la métrica que hoy nos ofrecen las herramientas digitales, pero se olvidan de que la publicidad va dirigida a personas, y éstas son mucho más que números. Los procesos de decisión de compra no se resuelven por que un robot nos muestre mil veces un banner a pantalla completa cundo leemos un periódico digital, sino por la adecuación del producto en primer lugar, y del mensaje en segundo, a nuestras necesidades, especialmente si nos ayudan a resolver conflictos personales y/o psicológicos que nada tiene que ver con tener hambre, frio o necesidad de transporte. (Ver https://www.mroy.es/ads4freedom/101-malia-sevilla)
Así que cada vez que cogemos nuestra Tablet y queremos leer el periódico, descubrimos lo cómodo que resulta el papel, donde la información y la publicidad se respetan mutuamente, sin empujones, donde cada uno puede decidir si dedica toda su atención al contenido de la noticia que tanto le interesa o si por el contrario, ese anuncio que ocupa una pequeña o gran parte de la página encierra la solución a sus deseos más arraigados.
La web contiene toda la información que buscamos, al instante. El papel sólo una pequeña parte, la del día anterior. La web está actualizada al segundo, el papel no. La web está poblada de intrusos al acecho, y en el papel estamos a salvo de cualquier emboscada. Son el Yin y el Yan de la información. Que cada cual escoja.